Por: Rafaela Monteleone

 

El aumento exponencial de contagios de Coronavirus en Brasil pone en alerta no sólo al gigante sudamericano y a sus vecinos, sino también a toda la región. Actualmente la cantidad de casos positivos es de 36.599 y ya se han registrado 2347 muertes, mientras que para el 4 de abril se sumaban 359 fallecidos y 9.056 contagiados, y apenas cuatro días más tarde, 699 y 14.152, respectivamente y según la Universidad Johns Hopkins. Es decir, en menos de 10 días la cantidad de contagiados se duplicó y la de muertes estuvo cerca de triplicarse.

Brasil es el país de Sudamérica con más números de contagios y muertes por el COVID-19, por eso comenzaron a implementarse medidas como el distanciamiento social, aislamiento de los contagiados y diagnósticos masivos, además de cierre de fronteras, comercios, boliches, e incluso no se permite dirigirse a las playas.

Pero la situación en las favelas es distinta.

El 24 de marzo se registró el primer caso de coronavirus en la favela “Ciudad de Dios”, de Rio de Janeiro. Hacia el 8 de abril ya se habían registrado ocho muertos por COVID-19 en las favelas de esa ciudad. Las medidas dispuestas por las autoridades brasileñas son de difícil cumplimiento en zonas de altísima densidad demográfica, en donde llegan a vivir diez personas juntas en pequeñas habitaciones y no hay posibilidad alguna de distanciamiento social. Por otro lado, la falta de infraestructura hídrica hace difícil promover el lavado frecuente de manos. La falta de alcantarillado y los espacios reducidos son condiciones óptimas para la propagación  del virus, y significan un peligro para las 15 millones de personas que viven en las favelas brasileñas.

Casi el 80% de los habitantes de las favelas son trabajadores informales, lo que significa que están obligados a salir de sus casas a trabajar para poder satisfacer las necesidades básicas. Por otro lado, desde la asunción del presidente Jair Bolsonaro, las ayudas sociales han disminuido a gran escala, dejando desprotegida a buena parte de los sectores más vulnerables de Brasil. Al menos 70% de las familias que viven en estos barrios precarios ha sufrido una caída en sus ingresos.

Como una forma de paliar la situación, el Congreso aprobó la implementación de un plan de apoyo de 600 reales (120 dólares), por un plazo de tres meses para los trabajadores sin ingresos fijos. Pero esto no es suficiente. La Central Única de las Favelas exige al presidente Bolsonaro distribución de agua, jabón, alcohol en gel y alimentos para los vecinos de estos barrios. También se le pide suspender el pago de las cuentas de servicios básicos y asignar lugares para que los grupos más vulnerables, habitantes de lugares particularmente sobrepoblados, puedan realizar la cuarentena y el distanciamiento. Al mismo tiempo, propone alcanzar acuerdos con empresas de alquiler de coches para el transporte de personas que puedan estar infectadas.

La ausencia estatal en las favelas da espacio a grupos parapoliciales y al narcotráfico para introducirse en las calles, expandir su territorio e imponer sus leyes. Fueron estos mismos grupos los que decretaron un toque de queda por las noches para enfrentar a la COVID-19. “¡Atención a todos los residentes de Río das Pedras, Muzema y Tijuquinha! Toque de queda a partir de hoy a las 20:00 horas. Quien sea visto en la calle tras este horario aprenderá a respetar el próximo”, decía uno de los carteles en las calles de las favelas de Río.

Ni el Estado nacional ni el local han planteado un plan de combate especial contra la pandemia para las Favelas. Luiz Henrique Mandetta, recientemente despedido ministro brasileño de Salud, sugiere que las autoridades deben buscar un “diálogo” con las bandas de narcotraficantes y las milicias parapoliciales que controlan muchas de estas barriadas. “Tenemos que entender la cultura, la dinámica (de las favelas). Tenemos que entender que son áreas donde el estado muchas veces está ausente, que quien manda allí es el narcotráfico, que quien manda allí son las milicias”, dijo Mandetta en una conferencia de prensa en Brasilia, y agregó: “¿Cómo construir ese puente con la vida, con la salud? Dialogando, sí, con el tráfico, con la milicia, porque ellos también son seres humanos y precisan colaborar, ayudar, participar”.

Uno de cada cuatro habitantes de Rio reside en las favelas: el 22,03% de los 6,3 millones de habitantes de la ciudad. El temor de que el coronavirus se expanda rápidamente en estas comunidades hizo que los comerciantes y los residentes comenzaran a adoptar medidas unilaterales. Pero a pesar de esto, en la favela de Rocinha las tiendas volvieron a abrir sus puertas el 9 de abril pese a la prohibición y el aumento exponencial de casos.

Río de Janeiro no implementó período de cuarentena sino que tan sólo recomendó a sus habitantes permanecer en casa. Aún así se suspendieron las clases en escuelas y universidades públicas, se ordenó el cierre de parques, teatros, salas de cine, sitios turísticos, comercios y tan sólo se permitió el funcionamiento de supermercados y farmacias. Los bares y restaurantes solo pueden operar a domicilio, mientras que el transporte público fue restringido y se impuso la prohibición de acudir a las playas, aunque esto último no fue respetado.

La pandemia llegó en un momento en que el gobierno brasileño intentaba incentivar el crecimiento económico con políticas de austeridad. La postura de Bolsonaro frente a la emergencia fue criticada por buena parte de la sociedad a través de cacerolazos, pero también por la oposición política e incluso por algunos sectores que apoyaron al presidente en el pasado, entre ellos economistas liberales que han defendido la necesidad del aumento del gasto público para salvar vidas.

El empresario Roberto Justus, uno de los hombres más ricos del país, se preguntó: “¿Qué significa la muerte del 10 al 15 por ciento de la población mayor en comparación con el daño a la economía?”. Por su parte, Junior Durski, dueño de una red de restaurantes, dice que Brasil no puede parar porque “cinco o siete mil personas van a morir”. Y el mismo Bolsonaro declaró que la economía no puede parar. Esta postura tan rígida por parte del presidente de Brasil parece afectar su credibilidad y apoyo, y ha generado fuertes protestas, como las que se produjeron a fines de marzo, bajo el lema de “Fora Bolsonaro”.

Aunque el presidente Jair Bolsonaro calificó al virus como una «fake news», su gobierno impulsó el cierre de fronteras terrestres, prohibición de acceso a ciudadanos de gran parte de Europa y Asia, y cuarentena en Sao Paulo.

El 16 de abril, Mandetta fue destituido por Bolsonaro, y en su lugar asumió Nelson Teich. Este último declaró: “vine a traer una vida mejor para el pueblo de Brasil” y agregó que “recibo esta misión y es un honor estar aquí. Hoy comienzo mis actividades y trabajaré duro en la calidad de la información y la interacción de los equipos”. Mandetta se posicionó en numerosas ocasiones en contra de los dichos y exigencias del actual presidente con respecto a la economía y la salud.

¿Cuáles serán las acciones del nuevo Ministro de Salud Teich? ¿Se posicionará a favor de las inquietudes de Bolsonaro o será otra piedra más en el zapato del presidente? ¿Se logrará llegar a una solución en las favelas o simplemente veremos como la bola de la pandemia, que arrastra tantos países a pérdidas innumerables de vidas, arrasa con otro país más? Las medidas siempre parecen exageradas cuando se presenta una pandemia, pero parecerán insuficientes mientras siga muriendo gente.