Por: Candela Cortés

África parece ser una de las regiones olvidadas dentro de las noticias y artículos sobre el avance del coronavirus. Los análisis en materia de relaciones internacionales sobre esta región no abundan; la vista se encuentra nuevamente en las grandes potencias, ignorando el estudio de todo un continente.

Los proyectos de desarrollo y cooperación se han visto paralizados y suspendidos a largo plazo. En Etiopía se ha decretado estado de emergencia como medida para hacer frente a la expansión del coronavirus dentro de su territorio. África supera ya los 16.000 casos positivos registrados y los 800 muertos por el COVID-19 en 53 países. Solo dos países de la región parecen estar libres de infectados: Lesoto y Comoras. Los números muestran un panorama positivo y no parecen ser abrumadores si los comparamos con Europa, Asia e incluso América, pero la realidad del continente es otra frente a un sistema de salud ineficaz y atrasado.

Según la OMS, se registra las tasas más altas del mundo de enfermedades transmisibles como el VIH/SIDA, la tuberculosis y la malaria en esta región. El impacto de la pandemia será terrible frente a un sistema de salud que ya de por si no da abasto. Se teme que la expansión de la pandemia pueda tener efectos devastadores en uno de los sistemas sanitarios más débiles del mundo, dejando además sin atención a millones de pacientes que padecen otras enfermedades. El daño colateral esperado en África es mucho mayor al de Europa. Por eso mismo, decenas de figuras de relevancia mundial han dirigido una carta al G20 para que se amplíe la ayuda humanitaria. Ignorar el pedido de ayuda, traería consecuencias destructivas para el continente. Ahunna Eziakonwa, directora regional del Programa de Desarrollo de Naciones Unidas, determinó que hasta el 50% del crecimiento previsto en África se perderá; con pérdidas esperadas en aviación, servicios, exportaciones, minería, agricultura y economía informal. Se verá un colapso completo de economías. El continente africano no posee los medios para hacer frente solo a la pandemia.

La ayuda para el desarrollo de África subsahariana por parte de la AOD (Ayuda Oficial al Desarrollo) en los últimos años ha provocado un gran crecimiento y expansión de las economías de la región. La esperanza de vida ha aumentado en 9,4 años en la última década; los casos de malaria han disminuido un 42% desde el 2000 y las infecciones de VIH entre los niños han caído un 50% desde 2010. Además, la educación prospera: las tasas brutas de matriculaciones en primaria son hoy las más altas de la historia, han pasado del 54% en 1970 al 98% en 2014.

La AOD ha sido siempre muy cuestionada por muchos expertos y resulta un tema controvertido. Hay dos claras posturas sobre su eficacia: por un lado, la visión más crítica a la AOD sostiene que ha sido inefectiva, e incluso hasta dañina, ya que no ha conseguido acabar con el hambre, la pobreza, las desigualdades o el desempleo total. Otra postura, sostiene que la AOD condiciona ideologías afines a las de los Estados donantes, generando dependencias y convirtiendo lo que debería ser una herramienta humanitaria en un mero instrumento de la política exterior.

De acuerdo con Unicef, en la región subsahariana aún un 63% de las personas que viven en áreas urbanas (258 millones de personas) no tiene acceso al lavado de manos, cuestión que es vital para la prevención del coronavirus. Por el momento, no deberíamos poner en jaque a la ayuda humanitaria que reciben los países ya que es de gran necesidad y urgencia para hacer frente a la pandemia dentro del continente. La crisis por el COVID-19 dejará expuesto otros de los problemas ya latentes en muchos países africanos, como la gran desigualdad social, la ausencia de necesidades básica o la falta de infraestructura. África necesita de la ayuda de ONGs y de los Estados dominantes para que su sistema no caiga en una crisis total. La Unión Europea entregará más de 20.000 millones de euros a países de África para combatir la pandemia de coronavirus.

Pero las posturas racistas y discriminatorias persisten. La definición de Edward Said de orientalismo parece más pertinente que nunca: en los últimos días, dos médicos franceses sugirieron en un programa de televisión que la vacuna contra el coronavirus podría probarse en el continente africano. ¿Por qué es relevante la definición del autor? Porque justamente, hace referencia a la dominación inclusive actual de Occidente sobre Oriente. La negación histórica de muchos de sus derechos y de ser tratados con igualdad, respeto y dignidad, continúa. La declaración de los doctores Jean-Paul Mira y Camille Locht, desde ya provocó una gran polémica; tanto que la Organización Mundial de la Salud ha tenido que pronunciarse al respecto. La OMS tachó de racista la sugerencia de probar la vacuna contra el coronavirus en África. El propio director general, Tedros Adhanom, condenó rotundamente la propuesta y la determinó como propia de una “mentalidad colonial”. La ayuda humanitaria hacia a países africanos no debe caer en la falsa y aberrante creencia de supremacía y sometimiento de razas. Es hora de que la discriminación racista se vea superada con urgencia.

Los hechos demuestran que, otra vez, los vínculos de dominación histórica parecen no haberse borrado. Debemos estar atentos a estas formas de dominación que se repiten y observar el mapa íntegramente, y no solo focalizando en las regiones tradicionalmente estudiada si buscamos evitar tropezar con las mismas piedras.