El profesor Tokatlian (2024) retoma un concepto utilizado por Martin Wight (un autor inglés de los cincuenta) para explicar la política exterior del gobierno de Javier Milei: la anti-diplomacia. Esta estrategia de vinculación internacional se caracteriza por perseguir una transformación redentora del mundo, fomentar coaliciones ideológicas entre afines y encubrir intereses particulares.
En este sentido, en el entorno del presidente predomina la idea de que fortalecer la imagen personal del mandatario contribuye a mejorar la presencia de Argentina en el escenario internacional. La política exterior se convierte así en una extensión de su figura: sus presentaciones de su último libro El camino del libertario en el extranjero, su participación en los foros ultraconservadores de la CPAC o Viva 24, sus intervenciones en Davos, entre otros.
En línea con esto, Milei ha participado de múltiples encuentros junto con políticos de la denominada Internacional Reaccionaria —concepto trabajado por Tokatlian (2024)—, especialmente en los Estados Unidos, Israel, Italia y España. Esto podría indicar no sólo una proyección personalista de la política exterior, sino también una búsqueda por establecer vínculos con aquellos líderes ideológicamente similares, lo que limitaría a una diplomacia pragmática.
La Internacional Reaccionaria es un fenómeno global, compuesto por una heterogénea gama de líderes políticos de Occidente y Oriente que comparten, fundamentalmente, dos características: su aversión a la Agenda 2030 —que califican como woke—, y su fuerte conservadurismo social. Sin embargo, en temas económicos, el presidente Milei se diferencia de algunos líderes de esa derecha radical, ya que rechaza el nacionalismo, el proteccionismo y el impulso a la tecnología nacional, y en su lugar adopta posturas globalistas y neoliberales (Busso, 2024). Milei, Trump, Le Pen, Meloni, Abascal, Kast, Orbán o Bolsonaro son liberales distraídos ya que “están dispuestos a desertar de sus convicciones en favor de sus conveniencias materiales y de sus animadversiones profundas” (Tokatlian y Pomeraniec, 2024, p. 99). Además, no actúan solos: son sustentados por intereses políticos y económicos poderosos, a través de lobbies, think tanks, empresarios y líderes religiosos de todo tipo que se encolumnan detrás de esta Internacional Reaccionaria.
Retomando los viajes de Milei al extranjero —que, por cierto, ocupan una gran parte de su agenda ya que durante 2024 realizó de 15 y estuvo fuera del país 56 días (Chequeado, 2025)—, estos reflejan la impronta personalista e ideológica con la que el gobierno busca construir vínculos con líderes de la derecha global. Si bien los encuentros bilaterales que ha mantenido el Presidente han arrojado pocos resultados concretos, uno de los hitos más relevantes de la política exterior argentina ha sido el acuerdo alcanzado con el Fondo Monetario Internacional (FMI). El préstamo, suscrito en abril de este año, prevé un desembolso de 20 mil millones de dólares en el marco de un programa a 10 años, y evidencia la voluntad del gobierno de sostener una política exterior orientada a profundizar la dependencia financiera del país. La obtención de este crédito no puede desvincularse de la cercanía entre Milei y Donald Trump, presidente de Estados Unidos, cuyo país ejerce un rol central y poder de veto en el seno del FMI.
Por otra parte, la estrategia diplomática del gobierno libertario y su rígida visión dogmática, anti-comunista y reaccionaria del sistema internacional han logrado erosionar parte de una sólida tradición de política exterior de alto nivel. Mientras que el presidente exhibe un gran interés en dar largas lecciones de economía en cónclaves como el Foro de Davos, desatiende reuniones intergubernamentales clave para el país como las del Mercosur (DW, 2024), la CELAC (Rosemberg, 2025b) o el G20 (Infobae, 2024). Esta desatención representa un desgaste en la tradición multilateral que ha exhibido la Argentina en su accionar internacional.
Para un país en vías de desarrollo y con una deuda externa acuciante, limitar las alianzas estratégicas a los Estados Unidos —sumado a la decisión de no ingresar a los BRICS en enero de 2024 y a los reiterados insultos dirigidos a diversos líderes de la comunidad internacional (como Xi Jinping, Lula da Silva, Gustavo Petro, entre otros)— configura una política exterior poco pragmática y orientada a reducir las relaciones internacionales del país.
Esta orientación también ha causado tensiones dentro de la Cancillería, que alcanzaron su punto cúlmine en octubre del año pasado cuando el Presidente le pidió la renuncia a la exministra Diana Mondino. La decisión se produjo luego de que Argentina votara, en la Asamblea General de la ONU, a favor de la resolución que condena el embargo de Estados Unidos a Cuba. Cabe aclarar tres cuestiones al respecto: en primer lugar, Argentina nunca ha votado en contra de Cuba en esta instancia —una resolución que se somete a votación cada año desde 1992—; en segundo lugar, preservar el respaldo regional sigue siendo clave para la posición argentina en temas como la cuestión Malvinas; y, por último, solo dos países —Estados Unidos e Israel— se opusieron a la resolución (Noticias ONU, 2025). Nada de esto resultó ser argumento suficiente para Milei, quien igualmente decidió apartar a la ministra. Aquí subyacen tanto el personalismo como el aislacionismo: una política exterior que no admite desviaciones del dogma ni del rumbo que el propio Presidente considera funcional a su proyección personal en el escenario global.
Asimismo, no puede dejarse de lado que el achicamiento del Estado ha llegado, incluso, a la propia Cancillería de la Nación. En octubre del año pasado, el Presidente envió una carta a todo el personal de la Cancillería, en donde les exige a quienes no estén de acuerdo con la política exterior del Gobierno que renuncien a sus cargos (Struminger, 2024). A esto se suma la decisión de interrumpir el ingreso de jóvenes al Instituto de Servicio Exterior de la Nación en 2025, tras más de seis décadas de continuidad. Al vaciar de contenido a las instituciones encargadas de articular las relaciones del país con el resto del mundo, se evidencia una clara intención de limitar la participación de un cuerpo diplomático con amplia trayectoria profesional y conocimiento técnico acumulado. Además, ello refuerza el aislacionismo que atraviesa la Argentina y la intención de recaer en una diplomacia centralizada en la figura del Jefe de Estado.
Para terminar de entender a la diplomacia mileísta es necesario remitirse a la mera idea de la política exterior de un país: aquella que debe ser pensada como una política pública destinada a fortalecer la presencia del país en el sistema internacional. En la Constitución Nacional, es el Poder Ejecutivo quien debe conducirla, lo que exige una presencia activa del Estado. El problema, sin embargo, radica en el profundo descreimiento que el propio Presidente expresa respecto del rol del Estado como administrador de políticas públicas. Si, como ha manifestado públicamente, su desprecio por el Estado es “infinito” (The Economist, 2024), si lo compara con “el pedófilo en el jardín de infantes” (A24, 2024), y si su objetivo declarado es destruirlo (The Free Press, 2024), todo indica que la ideología liberal-libertaria que lo guía obstaculiza la posibilidad de concebir la política exterior como una política pública. En cambio, esta se reduce a un instrumento subordinado a la lógica personalista del mandatario y a su proyección individual en el escenario internacional.
En conclusión, la anti-diplomacia (Tokatlian, 2024) de Javier Milei combina confrontación ideológica, dependencia financiera y debilitamiento institucional. Al subordinar la política exterior a un relato personalista y a una lógica de alineamientos excluyentes, el gobierno argentino deja de lado la tradición histórica de autonomía y multilateralismo, comprometiendo su capacidad de influir regional y globalmente en un escenario internacional cada vez más complejo y multipolar. Al darle menos recursos a las instituciones encargadas de llevar adelante la política exterior de la República, Milei contribuye al debilitamiento de lo que alguna vez fue una diplomacia fuerte, pujante y que defendía los intereses de la Argentina en el sistema internacional.

