Por Marcos Ortiz F.

Periodista, magíster en Periodismo Digital, magíster (c) en Culturas Globales Digitales.

 

“Los medios apuntan, los pacos disparan”. “Las paredes hablan lo que la prensa calla”. “Los pacos matan, la tele miente”. Entre el humo de bombas lacrimógenas y barricadas, los muros de Santiago exhiben mensajes que obligan a la reflexión. Chile despertó de un letargo que duró décadas y la clase política no fue la única en quedar fuera de juego. Los grandes medios controlados en su gran mayoría por un puñado de grupos económicos también sufrieron los embates de una ciudadanía enardecida que de un día para otro dejó la complacencia atrás.

La prensa escrita, las radios y particularmente los canales de televisión fueron apuntados entre los principales culpables de un sistema forjado en dictadura y administrado en democracia. Hasta el New York Times, verdadero barómetro del bien y el mal para la élite, consignó la responsabilidad de una prensa que nunca estuvo a tono con los tiempos.

La brecha entre algunos grandes medios y sus audiencias era visible antes del estallido del 18 de octubre. Las diferencias ocurrían incluso al interior de sus redacciones, lo que quedó de manifiesto luego de que El Mercurio publicara el 11 de septiembre un inserto que defendía las atrocidades cometidas por la dictadura de Pinochet y que fue masivamente criticado por un centenar de sus periodistas, fotógrafos y diseñadores, emulando lo que sus colegas de La Tercera buque insignia del otro gran consorcio de prensa escrita chilena– hicieron tres años antes.

La prensa chilena llegó al día del gran estallido tan ajena a la realidad como gran parte de la clase política y empresarial. Las primeras consecuencias golpearon donde más duele: en el bolsillo. En las primeras tres semanas los principales periódicos chilenos sufrieron una estampida por parte de los auspiciadores. La caída, que rondó entre el 80 y 90%, redundó en una drástica disminución en su número de páginas. De una semana a otra La Tercera pasó de 112 a 64, mientras El Mercurio lo hizo de 56 a 32. El suplemento Vivienda & Decoración bajó de 80 a 24 páginas, mientras que en Las Últimas Noticias desaparecieron todos los auspicios protagonizados por animadores de televisión, actores y modelos. Era momento de replegarse y aguantar la respiración durante la primera gran ola del tsunami.

Al flanco comercial se sumaron otros. El colectivo LasTesis, conocido mundialmente por su performance “Un violador en tu camino”, reunió a centenares de mujeres periodistas, quienes reclamaron por el sesgo sexista de los medios de comunicación en un masivo encuentro frente a radio Bío Bío, emisora conocida por sus prácticas antisindicales.

En Copesa consorcio a cargo de La Tercera se encendieron las alarmas luego de que uno de sus sindicatos acusara presiones desde la dirección del periódico hacia sus editores y periodistas para publicar información tendenciosa que no se condecía con lo reporteado en las calles. Pese a que fueron los mismos editores quienes desmintieron el hecho, a los pocos días uno de los subeditores fue despedido. El mismo periodista luego diría que las malas prácticas periodísticas ya existían antes del estallido, pero que “se agudizaron” tras él.

El clima de tensión en los canales de televisión también fue evidente. Los matinales se vieron forzados a congelar la participación de ciertas figuras controversiales. Abogados que oficiaban de comentaristas, rostros defensores de la dictadura y figuras acusadas de prácticas machistas, entre otros, debieron salir de pantalla de un día para el otro.

Haciéndose cargo de las demandas de audiencias cada día más críticas y exigentes, nuevas voces comenzaron a tener cabida. La flamante Premio Nacional de Periodismo Mónica González destacada por sus investigaciones en dictadura y por haber fundado el Centro de Investigación Periodística CIPER fue reclutada para participar de uno de los matinales más vistos. Televisión Nacional de Chile, por su parte, lanzó un nuevo espacio de investigación de noticias falsas, mientras que las asertivas intervenciones de periodistas de larga trayectoria como Mirna Schindler comenzaron a viralizarse con fuerza en redes sociales.

Chile despertó y los medios de comunicación no lo vieron venir. Los periodistas más preparados lograron sortear la ola, mientras que quienes se dedicaban a la farándula se hundieron. El vuelco forzó la salida de pantalla del último programa de chismes existente en la televisión, mientras que Las Últimas Noticias dedicado a las historias humanas y el espectáculo cayó en la más completa irrelevancia.

Más que nunca quedó en evidencia que los medios que dominan la agenda pertenecían a una élite desconectada de lo que sucedía en la calle, consultorios y escuelas públicas. Acostumbrados a dar voz a anquilosadas figuras políticas delegados de esa misma élite, no supieron cómo cubrir un inédito movimiento social que no reconocía líderes, partidos políticos ni representantes de ningún tipo.

Fue así como la prensa quedó atrapada en un sándwich, apretada, aturdida por los gases lacrimógenos, entre la marcha y la pared. Por un lado, los intereses de sus dueños entre ellos los banqueros más ricos del país, las presiones del gobierno y la incertidumbre de los auspiciadores, quienes clamaban por un pronto regreso a la ansiada “normalidad”. Y por otro, una ciudadanía que se cobraba revancha por años de abandono, insultando a reporteros de canales de televisión en un buen número de despachos.

Un nuevo desafío se plantea para 2020 cuando la Asamblea Constituyente, apoyada por una considerable mayoría, triunfe en el plebiscito de abril. Será un crisol de ciudadanos de a pie quienes deberán redactar la Constitución que reemplace la Carta Magna de Pinochet y Jaime Guzmán. La lógica duopólica imperante en los medios desde inicios de los 90 sufrirá un nuevo embate y no bastará con dar cabida a un sexagenario político de cada lado para asegurar el seudo equilibrio. ¿Estarán esta vez los medios a la altura de este nuevo Chile?