Por: Juan-Pablo Calderón Patiño, internacionalista por la Universidad Iberoamericana.

 

El partido en el poder tiene una enorme losa que lo hace ver como el intrincado tablero de mezcolanzas ideológicas contrapuestas. No se percibe como heredero total de la izquierda. Sus alianzas con fuerzas políticas evangélicas o con el mayor partido acomodaticio del pluralismo partidista, el Verde, no le dan cohesión. Se ha quedado como el partido del caudillo. Confundiendo la inclusión democrática salva a personeros que naufragaron en sus partidos de origen con una pésima señal a los que han militado y trabajado en sus filas. Si Melchor Ocampo dijo que el Partido Liberal estaba «unido en la lucha y desunido en la victoria», Morena, aún con el cordón umbilical con su máximo líder, sigue desunido y en batalla campal. ¿Podrá gobernar el Ejecutivo la segunda parte de su sexenio con una balcanización en lo que fue su partido si renuncia a él?

 

¿Existe otra forma de llegar al poder sin los partidos? El argumento central para muchos son los altos costos de hacer política, no entendida como la cuota de recuperación, sino como el siniestro juego de exclusión ciudadana formando plutocracias. Muchos han renunciado a su salario desde su posición en el poder porque sus empresas se los permiten y la gente lo festeja. La ciudadanía parece que se da un balazo en el pie para negarse a contar con políticos profesionales, que sin importar sello ideológico, maduren su compromiso democrático con eficiencia y responsabilidad de la mano de un salario digno. Atrapados entre la máxima de Atlacomulco de «un político pobre es un pobre político» y el radicalismo de una austeridad que se empeñan en vestir de republicana, no se advierte la reclamada «justa medianía juarista» en la operación política. La amenaza del dinero de poderes fácticos, legales o ilegales, es uno de los riesgos que envenenan más la democracia.

 

La misión de todo partido, y más en un país que es la decimoquinta economía del mundo, es el equilibrio entre lo nacional y lo global. Muchos partidos ensimismados en su propia coraza son incapaces de entender y buscar respuestas a retos nacionales con enclaves allende las fronteras. Migración, cambio climático o la desproporcionada fortaleza fantasma de lo financiero sobre la economía real, calculado por la Cepal en una peligrosa relación de valores de 14 a 1, deben encontrar debates para responder a la informalidad económica, a la productividad agrícola y el déficit en la bancarización y créditos al desarrollo. Refundar los partidos también transita en el cambio civilizatorio de que el nuevo ciudadano es global, no es exagerar que la supervivencia de la humanidad inicia en el presente con esa responsabilidad. ¿Sirve en esa misión el cortoplacismo de clientelas políticas momentáneas que se desfondan cuando ya no hay dinero? ¿Han cobrado un papel responsable en ese sentido los partidos políticos de México en la Internacional Socialista, en la Demócrata Cristiana o en los intentos de nuevas internacionales?

 

Como dijo Daniel Innerarity, los partidos en todas las democracias no son capaces de gestionar la creciente complejidad del mundo e impotentes se quedan ante los que ofrecen una simplificación tranquilizadora. Simplificación que se viste de populismo, el mismo que camina fuera de la política institucional. Toca en esta nueva etapa incierta ver si los partidos son los perfectos equilibristas entre crear un nuevo sistema que edifique porvenir e inclusión o el riesgo de una segregación (como el florecimiento de partidos regionales que son más personalistas en la misma tónica del cúmulo de partiditos antes de la creación del PNR). La cuerda está débil, la tiran entre cada lado las fuerzas polarizantes de la democracia empequeñecida y sólo queda el abismo sin red.