Por: Ignacio Hutin.

Las elecciones del domingo 9 de agosto marcaron un quiebre en Bielorrusia. El líder todopoderoso, inalterable, comenzó a ser deslegitimado. Durante 26 años, pasó por cinco reelecciones, dos cambios de Constitución y tres referéndums, logró desaparecer cualquier disidencia, cualquier oposición y hacer de cada votación un mal chiste. Siempre ganaba él, el líder, con alrededor del 80%. También superó el 80% el domingo 9 de agosto. Pero esta vez fue diferente.

El régimen de Aleksandr Lukashenko, presidente de Bielorrusia, encarceló a Viktor Babaryka y Serguei Tijanovski, dos de los principales candidatos opositores, en julio. A un tercero, Valeri Tsepkalo, se le prohibió participar y eventualmente marchó a Moscú. Sin oposición real, Lukashenko se encaminaba a la victoria en sus sextas elecciones. Pero. Svetlana Tijanovskaya, esposa de Tijanovski, era un ama de casa sin experiencia política que tan sólo aspiraba a lograr la libertad de su marido y para lograrlo, apuntó a la presidencia. Junto a Veronika Tsepkalo, esposa de Valeri, y María Kolesnikova, jefa de campaña de Babaryka, recorrió el país y logró enormes convocatorias populares. Algunas de las movilizaciones fueron las mayores en la historia de Bielorrusia. Por primera vez existía una oposición visible, convocante. Y es probable que la razón fuera justamente que se trataba de tres mujeres. Lukashenko es un líder conservador, un hombre que continúa con la tradición soviética de líderes conservadores y hombres fuertes. Es muy probable que nunca viera a tres mujeres como una amenaza real, especialmente a su contrincante electoral Tijanovskaya: un ama de casa. O tal vez no creyera que acallar a tres mujeres fuera honorable para un hombre fuerte como él. No, el hombre fuerte respeta a la mujer “débil”.

Las elecciones se dieron en un clima de entusiasmo excepcional, tanto en Bielorrusia como en sus embajadas en otros países, con filas larguísimas para votar. Pero una vez más Lukashenko anunció un triunfo por el 80%. Pronto comenzaron las protestas y también pronto comenzó la represión policial, cada vez más violenta y salvaje. Hubo policías deteniendo a transeúntes, atropellando manifestantes, agrediendo a personas vulnerables. Y fue tal el nivel de represión que muchos ex agentes difundieron videos en internet en los que tiran a la basura sus viejos uniformes, en una suerte de renuncia simbólica al Estado.

Tijanovskaya ya no está en el país. Escapó a Lituania en medio de las protestas. Antes de irse, se difundió un curioso video en el que se la ve leyendo, quizás un tanto nerviosa, y pidiendo el cese de las protestas y el reconocimiento popular al presidente Lukashenko. Ese video se grabó el día siguiente a las elecciones, durante algunas horas en las que nadie, ni siquiera su propio equipo, supo en dónde estaba la ex candidata. Ya en el país vecino, grabó un segundo video en el que afirmaba que había salido de Bielorrusia por sus propios medios, que nadie la había obligado a grabar el primer mensaje y que sólo estaba pensando en el bienestar de su familia. Difícil saber si efectivamente no tuvo ningún tipo de presión, considerando que su marido continúa arrestado. Por su parte, Veronika Tsepkalo también abandonó el país y marchó hacia Moscú, en donde estaba su esposo. Desde allí llamó a la comunidad internacional a reconocer a Tijanovskaya como presidenta electa. Tan sólo Kolesnikova permanece en Minsk y dice que no se irá a ningún lado porque siente el apoyo popular.

Lukashenko sin dudas tiene seguidores, pero es difícil creer en ese 80%, tan ridículo como predecible ¿Dónde está ese 80%? ¿Dónde está el pueblo que apoya al líder? ¿Dónde están las celebraciones populares tras la quinta reelección de Lukashenko? ¿Dónde están las contraprotestas para defender al presidente? No hay, no existen. Y eso hace aún menos creíble aquel 80% anunciado el domingo por la noche.

La pregunta es qué puede pasar ahora. Lukashenko parece aspirar a redoblar la apuesta, a mostrarse cada vez más fuerte y continuar con la represión hasta que eventualmente los manifestantes se rindan al miedo. Puede intentar demostrar que él es el hombre fuerte que controla todo, que domina todo, tan poderoso que (¡pasen y vean!) es capaz de falsear una elección alevosamente sin que cambie nada. Para eso necesita que buena parte de las fuerzas de seguridad continúen leales a él, pero también que los trabajadores estatales no se unan a la huelga general decretada tras las elecciones. Este es un punto particularmente importante en un país en el que tres cuartos de la economía depende completamente del Estado. Y sin embargo, los trabajadores de empresas como BelAz (maquinaria pesada) ya se han unido a la huelga.

Por otro lado, Lukashenko también necesitará de apoyo externo, en especial de Rusia. Pero Vladimir Putin parece más interesado en la vacuna contra el Coronavirus que en defender a su colega. De hecho los medios estatales rusos Sputnik y RT han difundido imágenes de las protestas y de la difusión en Bielorrusia. Si quisieran avalar o proteger al presidente bielorruso, se hubieran ocultado esas imágenes o incluso se hubiera acusado a los manifestantes de ser milicianos financiados por alguna embajada, como efectivamente está haciendo el gobierno local. Pero no, desde Rusia no se buscó proteger a Lukashenko. La Unión Europea amenaza con volver a imponer sanciones que fueran levantadas en 2016.

Sin apoyo de Rusia ni de la Unión Europea, a Lukashenko no le quedan muchas cartas. Puede que incluso se siente a negociar, no necesariamente una transferencia de poder, pero quizás, por ejemplo, el retorno a la Constitución de 1994, que limitaba las reelecciones. Si no lo hace, sólo le restará continuar reprimiendo en forma cada vez más salvaje al propio pueblo que dice representar.