Por: Juan-Pablo Calderón Patiño

Balcanizar es mucho más que una palabra que tiene su origen en Los Balcanes, epicentro de la Primera Guerra Mundial y a finales del siglo pasado, del regreso de los horrores bélicos en Europa, en lo que fue la ex Yugoslavia cuyo origen etimológico es «los eslavos del sur». El Mariscal Tito, el fundador de la segunda Yugoslavia y líder de los partisanos contra el fascismo, se ufanaba de que el Estado que creó tenía seis repúblicas, cinco nacionalidades, cuatro idiomas, tres religiones, dos alfabetos y un partido político. En el estudio del poder se acuñó la «balcanización» como sinónimo de atomización e implosión de una estructura territorial y los componentes del Estado. La lección yugoslava aporta un mensaje: no basta amalgamar diversas unidades territoriales en la figura del líder único y más cuando los equilibrios étnicos, productivos, religiosos e históricos son frágiles. Una vez muerto Tito y ante la falta de un mecanismo legal y político para regular las disputas entre repúblicas, la atomización se volvió disolución y desintegración a sangre y fuego. A ello contribuyeron los intereses del exterior en desmembrar un Estado que había sido modelo.

Frente a la actual pandemia que pone en jaque al propio Estado, el mundo ha recibido una sacudida. En México se exhibe la mayor debilidad que es la fiscal, solo reducida a misceláneas que han imposibilitado tejer ciudadanía para hacer frente a la atroz desigualdad social, una de las más profundas del mundo. Bajo el manto del Pacto Federal, que nos recuerda que somos una República Federal, algunos gobernadores ensalzan la necesidad de revisar el pacto fiscal justo ahora.

En una crisis que pone al límite a la sociedad, existe una emergencia que trasciende al gobierno federal y a los gobiernos estatales. Algunos gobernadores olvidan que sus antecesores tuvieron arcas jugosas y que con poca o nula supervisión, se les permitió hacer y deshacer. Se desfragmentó lo regional en virreinatos unipersonales. Mientras estuviera alto el precio del petróleo, u otros fondos (como el FONDEN), y convertidos en auténticos virreyes, los gobernadores, incluso los que vistieron el pluralismo político en nuevas alternancias, no pedían ni una miscelánea fiscal. A la pandemia se le suma la irresponsabilidad política de lanzar una «idea» que en realidad exhibe una balcanización a la mexicana. Si el coronavirus ha demostrado la debilidad de nuestro federalismo y ante el letargo federal muchos gobernadores se han movilizado por su lado, la cordura se exige a los dos órdenes de gobierno.

México ¿ha presentado una balcanización productiva que en las últimas décadas se ha acrecentado? o ¿los contrastes regionales son piedra de toque para la fragmentación nacional, como Italia o España? Las principales turbinas de la economía inician de Puebla al Norte. ¿Olvidan ciertos sectores del Norte al sector primario del Sur y su matriz energética? Entre aportaciones y asignaciones para los estados, ¿cómo tejer certidumbre evitando segregar frente a la mayor caída del PIB desde 1930? ¿Bastan los voluntarismos en el Sureste cuando la red caciquil sólo se muda de partidos? ¿A quién conviene soltar el tema en la agenda nacional de una balcanización en donde perdemos todos? Revisar el Pacto Federal y fiscal es un deber desde la templanza democrática y la visión del paisaje nacional, no desde el rincón de desventuras desfragmentadoras. En su Diccionario del Siglo XXI, el filósofo francés Jacques Attali sostiene que el reto de México será mantener su unidad; si lo hace, apunta, será un ejemplo manifiesto de civiLego, terminaba el también asesor de François Mitterrand. No hacerlo es entrar en la pesadilla de una balcanización.