Por: Micaela Aylen Marenco

El 25 de mayo fuimos testigos del asesinato violento por parte de las fuerzas policiales de Minnesota a George Floyd. Luego de este suceso, ocurrieron múltiples manifestaciones a lo largo del mundo pronunciándose en contra de la violación de derechos a la población negra. Pero, ¿Por qué el mundo se organiza en torno a un hecho puntual ocurrido en Estados Unidos?

Sabemos que desde el fin de la 1era Guerra Mundial, EEUU comenzó a expandir su influencia en todo el mundo; y que, con el fin de la Guerra Fría y su consolidación como único hegemón de poder, su influencia se asentó, volviéndose un ejemplo para todos los países y una especie de modelo a seguir.

Pero ¿Por qué se vuelve más importante que esta violación ocurra en esta potencia más que lo que ocurre en el propio país? Lamentablemente el racismo ocurre en mayor o menor medida en todos los países del globo. ¿Acaso tener cierta nacionalidad te hace ser un discriminado más importante, por lo cual todos se unen todos a luchar en tu favor? Esa pregunta parece una locura, pero es lo que está pasando.

Al día de hoy tenemos todos los medios plagados de la discriminación norteamericana, pero no se habla de la esclavitud que continúa existiendo en Libia en el 2020. Ambos casos son igual de importantes en cuanto a la violación de derechos, pero ¿por qué solo uno es difundido masivamente y criticado por la sociedad mundial?

Existen millones de hombres como George Floyd alrededor del mundo que luchan y pierden su vida en esta guerra contra la discriminación racial. No luchan por ser inferiores en sus capacidades, luchan por un igual reconocimiento sin tener en cuenta el color de su piel.

Desde 1948 contamos con la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en la cual no se explicita ningún tipo de nacionalidad para la importancia de las personas, sino que se considera a todos los seres humanos igual de importantes y con los mismos derechos. Es muy precisa en esta igualdad en su artículo 2, en el que dice “Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía”.

Muchos países han optado por sancionar medidas en torno a esta declaración y buscar asegurar estos derechos. Como ejemplo, tenemos las leyes nacionales contra la discriminación racial de distintos miembros de la Unión Europea. Con estas leyes se puede allanar un poco el terreno de la diferencia, pero está muy lejos de terminar con este problema por sí sola; necesitamos poner en práctica esta igualdad por todos los miembros de la comunidad, para garantizar que estas leyes sean cumplidas.

Me remito a los dichos del primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, en torno a todo lo que está ocurriendo: “Todos vemos con horror y consternación lo que está pasando en los Estados Unidos. Es el momento de estar unidos, de escuchar, de aprender ante las injusticias que siguen teniendo lugar a pesar del progreso realizado durante años y décadas».

Ojalá esta sea la última muerte por causa de racismo y sea el comienzo de una nueva era a nivel mundial, en la que entendamos que todas las personas somos igual de importantes, por el simple hecho de ser personas. Que ninguna característica nos hace inferiores, sino diferentes; y son estas diferencias las que nos ayudan a ser mejores cada día. Porque el mundo puede ser un lugar mejor y más justo si todos estamos comprometidos a que así lo sea.